miércoles, 13 de febrero de 2013

Cantes Mineros (IV). Renacimiento y triunfo.

Había pasado un tiempo de esplendor, procedente de la miseria y la explotación, para la minería y los cantes de la Sierra de Cartagena y La Unión. Atrás habían quedado los cantos de madrugá, que los mineros entonaban camino del trabajo, con su trapico y su carburico, sustento emocional que Antonio Grau el Rojo el Alpargatero convertiría en el punto de partida temático y musical para crear los nuevos tonos y giros melismáticos que identifican la estética de los cantes mineros; y el tiempo de los ventorrillos, tascas, aguaduchos, cafés del cante, prostíbulos, abiertos las 24 horas del día, donde se congregaban 'partidarios', propietarios, mineros, comerciantes, mujeres 'valientes', señoritos de la nueva burguesía 'unidos' por su afición al cante, al cante de temática minera, principalmente (reuniones no exentas de muchas broncas, peleas que terminaban con la aparición de una “faca” o pistola, dejando algún malherido o muerto). Parecía que otro tipo de fantasma volvía a recorrer la sierra minera de Murcia, por donde resonaban ecos de cartageneras, levanticas, mineras, murcianas, tarantas y tarantos. El tiempo, en su avanzar ya sea en línea recta o en círculos, iba a poner las cosas en su sitio, insuflar una nueva vida).

Antonio Piñana padre y Antonio Grau Dauset.

En la década de los años cincuenta y, especialmente, sesenta del siglo XX, los cantes mineros iniciaron un proceso de recuperación, conservación y difusión que se ha prolongado hasta nuestros días. Dos son los acontecimientos que propiciarían este renacer.
El primero de ellos fue la llegada a Cartagena, en 1952, de Antonio Grau Dauset,  hijo de El Rojo el Alpargatero, cuya labor resultaría decisiva en el resurgir del cante minero. Fue durante en su estancia en Madrid, donde estudiaba, que volvió a recuperar los cantes escuchados en el café de -y por- su padre, así como de los artistas que por allí habían pasado. A ello se sumó su amistad con Manuel Escacena, lo que propició se convirtiera en cantaor profesional, demostrando grandes dotes, y así empezar a transmitir el cante minero desde su juventud. Al reencontrarse con la tierra que le vio crecer, Cartagena, crece su afán por recuperar del olvido aquellos cantes que había aprendido en su infancia, y busca, hasta encontrar, la voz que pudiera recrear el arte que él llevaba dentro. Así fue que halló a Antonio Piñana, en quién volcó toda su sabiduría enseñándole los cantes mineros.


El segundo acontecimiento fue la celebración, en 1961, del primer Festival de Cante de las Minas, en La Unión. Con su organización se inicia un proceso de revitalización y conservación, en su pureza, de los estilos y formas del cante minero, y su registro en nuevas grabaciones. El gran impulso mediático recibido por el festival garantizaría su expansión y difusión. Como eje central su concurso, pero también actos y actividades paralelas como recitales, actos culturales, trabajos de investigación en las Universidades, recuperación de grabaciones antológicas y en formatos antiguos, conferencias... Más la aportación de otros cantaores, sobre todo locales, que ayudaron a conservar y reelaborar los cantes mineros.
Y volvieron a escucharse nombres de antaño como el considerado primer maestro del Rojo, Perico Sopas, natural de Sevilla y a quien se atribuye la creación de la levantica y la reestructuración de los cantes de Levante; o El Niño de San Roque, minero y cantaor que transmitía en su cante el sufrimiento y la presión social; Juan el Albañil, considerado uno de los mejores taranteros de su tiempo; Pedro el Morato, natural de Vera (Almería), buen cantaor pero, sobre todo, un gran trovador, como lo fue el mítico Pajarito.

Y entre las cantaoras, la primera en exportar los cantes mineros fuera de la sierra de Cartagena hacia Andalucía, Concha la Peñaranda, conocida como «La Cartagenera». Nacida en la Unión, conocía los cantes del Rojo, los cuales cantaría con mucho éxito cuando se dedicó profesionalmente al cante; o la también unionense, Emilia Benito «La Satisfecha», que obtuvo mucha fama dentro y fuera de la Unión, siendo la primera cantaora local en grabar un disco, de pizarra, en 1916, placa catalogada como Malagueña Levantina y titulada “Di a la guitarra que suene”. 
Se recuperaba la historia de los primeros cantes mineros, la de sus primeros cantaores y cantaoras, a quienes, en años venideros, se iban a unir más nombres, más cantes, más coplas. Todo gracias a la labor inciada por Antonio Grau hijo y continuada por el Festival de Las Minas.
 
Entre quienes contribuyeron a este impulso de recuperación y conservación de los estilos mineros figura Eleuterio Andreu. Minero de profesión y ganador de la Lámpara Minera en 1964, fue gran tarantero. Aunque siempre se dice que se negó a dedicarse profesionalmente al cante sabemos que anduvo por Ceuta  y Melilla acompañando para el baile.
Junto a Andreu, otro nombre que lo ha sido todo para los cantes mineros: Antonio Piñana Segado, nacido en Cartagena, ganador de la primera lámpara minera del Festival de La Unión en 1961.

Pencho Cros.
Pero quien sigue siendo el icono de los Cantes Mineros, desde 1965, año en que ganó su primera Lámpara Minera, ha sido Fulgencio Cros Aguirre “Pencho Cros”, referente de la mayoría de las mineras que se cantan actualmente. Pencho aplicó un estilo más profundo, más errático, trabajando mucho los medios tonos, algo que es reconocido por estudiosos y artistas, siendo junto con D. Antonio Piñana los que más dimensión han dado a los cantes mineros, especialmente en la  minera.
Tras ellos vendrían más nombres impulsados por el  Festival Internacional del Cante de las Minas. De ell@s y del festival se hablará en la próxima cita del Club Flamenco, de la Biblioteca Pública de Valladolid, el día 22 de febrero.

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