viernes, 4 de agosto de 2017

'Rodolfo Otero: Amor por la danza', en versión original (8 de julio del 2016 - y II)

-Teníamos una dieta económica cuando no trabajábamos. Entonces como yo había sido boxeador, ya te he dicho, sabía dar masajes de la hostia. Y para tener más dinero, le daba masajes a Antonio. Y antes de ir a clase de ballet y todo, iba a su casa de la calle Padilla, 45, le daba un masaje y allí desayunaba y allí tenía el bar, me pegaba un lingotacito (risas), y luego volvía a comer. Tenía dos doncellas, le llamaban señorito, y el chófer. Era cuando... el cabrón, se cachondeaba cuando estaba liado con la Duquesa de Alba. “No te preocupes, puedes hablar, que Rodolfo no sabe inglés”. Antonio lo hacía a posta porque sí sabía que yo chanelaba el inglés, o sea, que me enteraba de todo (risas).
-¿Seguíais algún tipo de dieta alimentaria?
-¿Yo? Ninguna. Ni él. Normal. No pasa nada.

Rodolfo y Rosa España.
-Que te casaste me decías ¿con quién?
-Ella era una bailarina de la hostia, era solista de Carmen Amaya, de Antonio. Españita, se llamaba España (de nombre artístico: Rosa España), la puso el nombre su padre. Era director de un banco, del Bilbao Vizcaya y estaba exiliado en Venezuela (posteriores aportaciones señalan como banco el Hispano Americano y el país, Costa Rica), de repartidor de pan. Y.  Era jefe de los rojos, para que te enteres. Y, entonces, yo recibía todas las hostias aquí. Por la  policía. Me llevaban y de todo. Hala, a la comisaría, a Puerta del Sol. Por estar casado con su hija (no recuerda el nombre del padre de España). Tenía tres hijas, las puso a cada una, que nacieron fuera de aquí, Libertad, Estrella, España. Fíjate si era amante de sus ideas el hombre. Y yo le pedí permiso para casarme con su hija y él me lo dio. Sí señor.
-¿Tendrías unos 30 años?
-Síporahi.


-¿El baile flamenco es tan duro su entrenamiento como el clásico?
-No es comparable para nada. El clásico es muy duro porque es artificial, está creado por la técnica, por el conocimiento de la técnica. Y el flamenco por el conocimiento del alma. Tienes que bailar con alma si no, eres un cagao. No hay flamenco, ni nada de nada. Tiene que salir de las tripas. ¿Te estás haciendo un porro? (ríe).
-Para el camino (Nota: estoy liando un cigarrillo de tabaco).
-Un porrín (cantando) porrín, porrín, porrín.
-¿Tú no has tomado nunca drogas?
-Las odio.
-Vamos, drogas, yo qué sé…
-Que te he entendido, que te he entendido, pero yo las odio. Mi padre tenía una enfermedad. Y tenía una pierna que se operaba él mismo. Se sacaba las esquirlas del fémur con un punzón. Pero con cojones y entonces, la morfina y las mierdas para aguantar. Eso me hizo a mí odiarlas. Ni se me ha pasado por la cabeza, ni por probar. Se le deshacían los huesos.
-¿Era duro, tu padre?
-Te daba una hostia y (ríe) joder que si era duro; era terrible, de estricto, pufff… pero era un señor de la hostia. Ahí tengo una foto de él (sale de la habitación y regresa con una caja llena de fotos)… mira… (foto del padre: retrato de medio cuerpo, con gafas y traje, aspecto de intelectual o director de escuela, de mediana edad).
- ¿Qué edad tenías cuando murió tu padre?
-De doce para trece años. Luego, a los dos años, se ahogó mi hermano… ya ves, qué cojonudo (continúa viendo fotos). Toma, El Cairo ¿no? (foto de la ciudad).
-¿Qué tal con los árabes?
-Yo no los trago, lamentablemente.
-¿Qué les parecían a los árabes vuestros espectáculos?
-Bua, se volvían locos. Pero, no. Que dios me perdone, pero los árabes no me gustan nada. No están aquí las que te quería enseñar. Esta es mi madre.

-En el ambiente musical y cultural de tu casa ¿estaba el flamenco?
-No. No, no, no estaba el flamenco.
-El flamenco lo descubres en la calle.
-Claro. No, lo descubro, me lo enseña, porque bailando las sevillanas con Doña Ramona iba un guitarrista, que era invidente, se había quedado ciego. Vivía en la calle la Asunción, había estado trabajando en la Renfe. Yo le llevaba hasta la guitarra. Presumía, yo. Y ese era el más flamenco que parió madre. Fabuloso. Nada más despertar, lo primero que hacía era tocar la guitarra. Ese bailaba. Cantaba. Me enseñó flamenco, de la hostia, el que más me enseñó. Le tengo en el estudio. Como dios manda. Con una foto así de grande: Amador González. Lo sabía todo. Luego los delicados decían que tenía los dedos de madera. Los cabrones. ¡Cabrón! si está tocando flamenco ¡que no está tocando clásico de la suite Iberia! Aquí había una mala hostia. Y la hay. Pero, yo creo que antes más, por la ignorancia, ahora la gente está un poco más cultivada, coño. Hay un movimiento distinto, sin querer se va pegando en el cuerpo ¿no? Pero es que antes era… de agarrarse. ¿Te dije que me alquilé yo una barbería? (asiento) y me cambié de comercio para ir a bailar. Y había una bailarina que venía de Madrid, pero que era de Valladolid y vivía en la calle Esgueva y ahora no me acuerdo cómo se llama, tiene cojones. 
-Bueno, ¿me paso el lunes?
-Cuando quieras, hombre (...) ¿Te vale lo que estoy largando?
-A mí sí. Me resulta...
-Chocante.
-Bueno, interesante, por supuesto. Me gusta el relato que cuentas (Vuelve a contarme cuando se presentó ante Antonio para decirle que quería entrar en su compañía).
-Dar el paso ese.
-Sí, le di.

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