miércoles, 13 de septiembre de 2017

'Rodolfo Otero: Amor por la danza', en versión original (18-19 de julio del 2016 - I)

El 18 de julio de 2016 fue un día muy caluroso. Llegamos a los 40º en Valladolid. Lo sé porque así lo pone en el libro, Rodolfo Otero. Amor por la danza (Ediciones Fuente de la Fama, 2017). Ese día o no funcionaba la grabadora, el "espía", que decía Rodolfo, o no la encendí.
Había llegado a su casa sobre las doce del mediodía, la hora en que solíamos quedar. Puri, su mujer, me dijo que estaba acostado, que había pasado una mala noche. Y encima tenían problemas en la caldera de gas -se utilizaba en verano porque Rodolfo solía tener frío-, el indicador del agua había bajado a cero. Entre Puri y yo intentamos averiguar qué pasaba y cómo meter agua... no dimos con ello: llamada al técnico.
En eso se levantó Rodolfo, hecho polvo. Y alborotado. Había tenido un sueño relacionado con el atropellamiento de gente sucedido en Niza (Francia), unos pocos días atrás, por un terrorista que conducía un camión, y Rodolfo era el conductor. Se sentía asustado y enrabietado. Ese día que no se grabó, hablamos sobre los sueños, la locura, el cerebro y su funcionamiento, la ciencia. También de algún recuerdo suyo de infancia, que retomamos al día siguiente, ya con la grabadora funcionando, más o menos bien. 

-Ayer me hablabas de que ibas al matadero, al manicomio (de Valladolid, años 80) porque estabas cogiendo ideas para una coreografía.
-No ideas. Viendo cómo es la realidad para sobre esa realidad, si llegase el caso de que pudiera hacer una coreografía, tenía una documentación, en mi cerebro, de lo que es. Si tenía que hacer algo de un ‘venao’ en el manicomio, que le habían matado un perro, cualquier cosa, que lo he visto allí, lo podía hacer. ¿Sabías que antes el manicomio era sólo de mujeres? Luego metieron a todos.
-Esa coreografía iría sobre muerte, locura…
-Sobre todo. Lo que tuviera que hacer para una coreografía. Estar informado, y de la vida real como es, personalmente, más que una idea concreta sobre una coreografía.
-¿Guardas apuntes, notas?
-No, ¿por qué?
-¿No llegaste a desarrollar aquella coreografía?
-No... (el resto de la respuesta no se entiende bien en la grabación; creo que lo que quiere decir es que no encontró a nadie que necesitara -alguien tipo productor- de una coreografía así, pero él había reunido documentación).

Rodolfo Otero, foto escolar.

-También me contaste ayer de niño, con diez años, un incidente con tu padre, a cuenta de los libros de Dick Turpin, Nick Carter, que provocó el irte tú de casa, a Madrid.
-Sí, es verdad, pero no por eso, sino por todas las circunstancias. Por la aventura, más que nada. Era lo que había en Dick Turpín, Nick Carter, era la aventura. Pero yo ese día (en Madrid) me vi con las rodillas sucias, me fui a una fuente, me lavé las rodillas, me miré la ropa y me volví para casa. Me daba pena de verme así.
-¿Qué dijeron tus padres?
-Mis padres me fueron a buscar.  Porque llegué -de regreso- con el dinero que tenía hasta Coca. En Coca estuve andando por los caminos y la  Guardia Civil me preguntó que adónde iba solo. Y yo le dije, a casa de la señora María.
-¿Quién? ¿la guardagujas?
-Pues, sí. Resultado, que allí en Coca me admitieron en la casa de un Guardia Civil; llamaron a mi casa; vino mi hermano mayor, a recogerme. 
La fábrica de Pastas Aro, que estaba en la plaza San Miguel, esquina la calle León (Valladolid), hacían los macarrones, los fideos, todas las sopas. El hijo del dueño era alumno de mi padre -su hermana era la hostia de guapa, pero de morirte-, y le dejaron el coche a mi hermano para que fuera a buscarme a Coca, Segovia. Ya sabes mucho, ya, ma non troppo ¿no?
-No le gustaba a tu padre la fantasía.
-No. Fantasía, joder… es que… Pero el llegar y tener cojones para irme de casa siendo como era mi padre, hay que tener cojones. Eso no lo conoces tú. No ves una rectitud más grande en tu puta vida, en el colegio y en casa. Porque llegaba un maestro y no cumplía con su deber, debidamente, y le bajaba al patio que le iba a dar de hostias, ¿qué te parece como era mi padre? Como tenía que ser.
-¿Cuál fue su reacción cuando volviste?
-Pues que me llevasen a un correccional, o sea, humilde como una oveja, sí, sí. Por haber hecho la faena que había hecho. No solo era por mi padre, también por mi madre, la pobrecita.
-¿Estuviste mucho tiempo en el correccional?
-No estuve. Que me llevase. Lo pedí. O sea, arrepentido, reconociendo lo que había hecho.
Y entonces, cuando llegué a casa, me dijo: “No quiero tocarte, vas a comer aparte”. Y comía en la cocina, yo solo. Y mi mamá decía: “Pero cómo has sido tan bobo”. Así, como lo estás oyendo. Porque era, además de todo eso, era el escándalo, la transcendencia que tenía, no solo en casa, sino en el colegio: El hijo del director se ha marchado de casa. Joder. “Y por qué se habrá ido de casa”: los padres de los alumnos.
-Rodolfo la volvió a montar.
-¿Por?
-Porque tenías esas cosas así como rebeldes, de pequeño.
-No era una cosa de rebeldía, sino de LIBERTAD. Buscando la libertad por cualquier sitio, por cualquier rincón. Que no es lo mismo. De ahí me sale el flamenco, guapín. ¿Qué es lo que pide un flamenco? La salud y la libertad.


 ¿Estás aprendiendo mucho, no?

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