sábado, 9 de septiembre de 2017

'Rodolfo Otero: Amor por la danza', en versión original (14 de julio del 2016 - y III)



-¿Cómo viviste la postguerra?
-En ese patio de ahí (del edificio donde vive) estaban las cocinas del Auxilio Social. Mi hermano y yo abríamos las ventanas y nos colábamos dentro a comer a-zú-car. “Eh, que se ha oído! ¡Que hay alguien dentro!": los vecinos. La policía que vino. Se metió dentro. Nosotros estábamos dentro de las cazuelas (risas), eran unas cocinas enormes, gigantescas. Y no nos pillaron (risas).
-Veías a todos los pobres desfilar por aquí, entonces.
-¿Qué dices? Veía las colas de gente, en el patio, que no sólo eran pobres, había abogados y de todo. Después de una guerra, el desastre. Claro, claro. En el piso de abajo, en el primero derecha, había una criada que se llamaba Nati. La comida que sobraba de las cocinas la echaban en unos cubos enormes que estaban pegados a la pared, en este lado, allá, en el patio. Y venían. Con la boina, cogiendo la comida, como el arenero de la calle detrás de San Andrés, por ejemplo. Y esa hija de puta veía que cogían la comida y les echa un cubo de agua. Además de ser una criada ¿Qué tal? Historias para la radio ¿no?
Se ha pasado aquí, bueno, bueno… No había nada. De las algarrobas hacían como una pasta en lugar de azúcar. Eso es lo que había. Maravillas.


-¿Puedo preguntarte por tu madre?
-Sí, hombre, por qué no.
-¿Cómo era?
-Mi madre era impresionante.
-¿Participaba de la actividad cultural de la casa?
-Ella se mantenía aparte, y de todo lo político, ni ser franquista ni en contra de Franco. Para no armarla picuda. Porque a nada que dijeras aquí, ya te la habías ganado. ¿Por qué que quemaban las iglesias? Porque las iglesias han contenido a toda esa gente, acuérdate, desde la Inquisición quemando gente en la Plaza Mayor ¡qué bonito! Por pensar de otra manera. Joder. Parece mentira, pero es verdad. A ti no te ha tocado nada de eso, a dios gracias.
-A mis padres, sí.
-Hombre, ya ves. Entonces, te lo habrán contado. Y será igual o parecido.
-Sí, el hambre, la miseria, la gente rebuscando en las basuras, robando carbón en los trenes…
-Aquí enfrente había una chatarrería y llevaban hasta los carriles de los ferrocarriles, de las vías, para venderlo por hierro. Y en la (Plaza de la) Circular ahí estaba la chatarrería de Cayo, que se llamaba. Yo iba a vender también, íbamos a mangar todo lo que pillábamos, llamadores de las puertas... Como éramos críos, pues, lo que fuera. Pero nos hicieron una jugada, en la calle Núñez de Arce, los llamadores estaban comunicados con una cuerda y salieron los de la casa y nos dieron más hostias que (risas) lentejas daban por un duro. ¿Ves cómo eso no se me olvida? Porque preguntas, que si no, acordarme para qué. Yo eso que dicen, que pasar hambre vale para algo. No creo. Vale para pasar hambre. O para el momento, para tener astucia, tener argucias, cosas de esas.
Me estás haciendo recordar, la madre que te parió, te daba así. Fíjate, te obligaban, si estabas trabajando, a ser del Frente de Juventudes. O-bli-ga-do. En el Frente de Juventudes se empezaba de Flecha, luego Cadete, cuando tenias 16 años. Y tenían unas botas, de abrochar, y a todos mis amigos les embarqué yo para que se hicieran del Frente y tener todos botas (risas), las daban ahí en la calle Dos de Mayo. ¿Sabes que en esa calle, esquina General Ruiz, había un cine? El cine Hispania, era el más alto que había en Valladolid.
Luego había otra, que te hacías de los Koskas, curas, jesuitas, que tenían un cine en la Plaza de Santa Cruz, donde están las Carmelitas. Te hacías de todo por ir al cine, porque te dieran bocadillos, que si por leer el catecismo te daban..., cosas de esas, había que ingeniárselas ¿no?
-Mi padre me contaba que de chavales, algunos cogían el hatillo y se iban por ahí de maletillas, a las corridas de toros en los pueblos, a buscarse la vida, robaban algo en las huertas, de camino…
-Sí, sí. Mira (señala unos cuadros de toros que tiene colgados en el cuarto). Mi padre nos llevaba a la plaza de toros a ver las corridas.

Arte: Manolo Sierra.

-Viendo en el estudio el cartel del homenaje a Amador González, entre los colaboradores estaba la Peña El Quejío, que se formó a principio de los 80, y tenía un cuartito en La Acequia, donde se reunían.
-¿No se reunían en el Dallas?
-No, esa era la Peña La Siguiriya.
-Ah, es la de la carretera Segovia.
-No sé. Creo que había otra en la calle Niña Guapa, en una bodega.
-La bodega de Vicente. Ahí he bailado yo, el menda. Fue hasta el Alcalde allí. Y el padre de un amigo mío que estaba en la Renfe se quedaba, “pero qué brazos más largos tienes”, decía. Ya estás haciendo la colilla del tío… (estoy liano un cigarro). Lo peor es el papel ¿no? En la calle Muro estaba la fábrica de papel Zig-Zag. He fumado...
(Me lleva a una habitación y me enseña una foto enmarcada, tamaño grande, de su madre. Vestido años 20, elegante. Antes de irme. En la habitación donde su padre y su hermano daban las clases).
-¿Vivió bastante tu madre?
-Sí. Bueno, bastante, mayor, sí.

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